En el descubrimiento de los Riberas del Duero de los años 80 y 90, este fue, posiblemente, uno de los vinos más consumidos en las vinotecas madrileñas. Y había una buena razón detrás de ello. Este es un vino que representa a las mil maravillas las virtudes de la zona y la amabilidad de sus elaboraciones. Es el perfecto equilibrio entre la vitalidad de la fruta y la complejidad de la maduración en barrica. Su aromas a frutos rojos están muy bien integrados con los tostados y balsámicos procedentes del roble. Eso hace de él un vino con un paso jugoso y fresco por boca, resultando sabroso y largo.
Muy buena opción para acompañar carnes, quesos, aperitivos, arroces o ahumados.

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